Caperucita era una niña muy alegre y simpática que tenía unos ojos muy grandes y cabellos rizados. Su madre le había hecho una caperuza colorada para pasear y por eso, la llamaban Caperucita Roja.
Caperucita ayudaba a su madre en todo lo que podía, sobre todo si con ellos tenía que salir de la aldea y cruzar el bosque. Le gustaba ver y oler las flores, oír cómo trinaban los pájaros y cómo croaban las ranas de las charcas.
Una mañana, la madre de Caperucita le dio una bonita cesta con comida y regalos y le dijo:
- Caperucita, ve a casa de la abuelita a llevarle todo esto. Está enferma y necesita que le hagas compañía.
La niña se puso muy contenta, pues le encantaba visitar a su abuela, que vivía al otro lado del bosque.
Dando saltos de alegría, se fue a la casa de la abuelita.
Todo le parecía muy lindo, hasta que se encontró con un animal muy feo y peludo. Era el lobo feroz.
- Niña, ¿qué haces en este bosque?
- Le preguntó.
- Voy a casa de mi abuelita, que está enferma y le llevó esta cesta con comida y regalos – contestó Caperucita.
El lobo, que era muy glotón, pensó que podría comer bien y quedarse, además, con los regalos.
- Y, ¿dónde vive tu abuelita? – le preguntó el animal.
- Al otro lado del bosque, donde acaban los árboles – le contestó la inocente Caperucita.
Sin decir más palabras, el lobo salió corriendo. Y corre que te corre, llegó primero a la cada. Se acercó a la puerta y llamó dando unos golpes con su peluda pata.
- ¿Quién es?
- Preguntó, desde dentro, la abuelita.
- Soy yo, Caperucita
– Contestó el lobo, fingiendo voz de niña.
Cuando la abuelita abrió la puerta, el lobo dio un gran salto sobre ella y se la comió de un solo bocado.
Estaba relamiéndose aún, cuando oyó que llegaba Caperucita. Entonces se metió en la cama disfrazándose de la pobre abuelita.
Cuando Caperucita entró en la casa, vio que tenía unas orejas muy largas, un hocico muy negro, unas uñas que parecían garras y unos colmillos muy grandes.
- ¡Oh!, abuelita. ¡Qué manos tan grandes tienes!
- Exclamo extrañada Caperucita.
- Son para acariciarte mejor – contestó con voz dulce el lobo.
- Abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes! – siguió asombrada Caperucita.
- Son para oírte mejor, pequeña mía – contestó el lobo.
- Abuelita, ¡qué dientes… qué dientes más grandes tienes!
- Tartamudeó la niña, mientras se fijaba en los afilados colmillos.
- ¡Ea, son para comerte mejor! – dijo el lobo. Y se la comió.
Acertó a pasar en ese instante un cazador, que vio lo que ocurría por la ventana.
Con su escopeta mató al malísimo lobo y abriéndole la barriga salvó a Caperucita y a la abuelita.
Las dos le dieron muy contentas las gracias y le invitaron a compartir la comida y los regalos de la cesta.
Caperucita aprendió una gran lección con lo sucedido: En el bosque debes tener mucho cuidado